A finales de un año
hace ya algunas décadas, un niño que viajaba en un autobús con sus padres y que
iban hablando de sus cosas y cuando ya se disponían a bajar del citado autobús
cruzo una mirada con una niña de su misma edad aproximadamente y por cosas de
la vida los dos esbozaron instintivamente una sonrisa.
Caminando ya hacia
su casa el niño continuaba recordando aquella cara y la preciosa sonrisa que se
habían dedicado, no se lo decía a nadie pero todos los días y durante algún
momento esa mirada volvía a su cabeza y con la inocencia de la edad pensaba si
la niña estaría pensando lo mismo que él y si se acordaría de aquel día en el
autobús.
Siempre que se subía
de nuevo a un medio de locomoción para ir
a algún lado, pensaba en si la niña se subiría también y volverían a
verse, pero eso jamás ocurrió, solo fue aquel día y solo fue una mirada fugaz,
corta y para el recuerdo.
Los años trascurrían
y aquel niño se fue convirtiendo primero en jovencito y después en hombre, pero
siempre en algún momento de la vida recordaba aquellos instantes tan cargados
de magia para él.
Nunca supo su nombre
ni tampoco si con posterioridad había hablado en alguna ocasión con aquella
niña, pero su mirada le acompañaba en su camino
Y quién no recuerda una mirada de cuando era niño, limpia,
pura e inolvidable.
Moraleja: nunca perdáis la mirada del niño que fuisteis ya
que si la perdéis nunca llegareis a ser adultos
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